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En el sitio, cuna de las
acciones contra la OMC en Seattle, se preparan
nuevos activistas JIM CASON /I ENVIADO Arcadia, Florida, octubre. Bienvenidos a la escuela de los rebeldes, cuyos
alumnos hicieron temblar al mundo y donde nace el nuevo movimiento social en
este país. Aquí, un lugar poco visitado en la parte central del estado de
Florida, algunos de los que lograron clausurar la reunión de la
Organización Mundial de Comercio en Seattle y congelar
el centro de Washington durante las reuniones anuales del Banco Mundial y del
Fondo Monetario Internacional, capacitan activistas para las próximas sorpresas
del altermundismo. Se pudo observar cómo se prepara el “caos
organizado”, las tácticas y acciones no violentas que caracterizaron las
protestas en Seattle, con lo que se estrenó en el
mundo lo que ahora se denomina “movimiento por la justicia global”. En dos días de octubre La Jornada estuvo
en un “campamento” de adiestramiento y reflexión para integrantes de diversos
movimientos sociales, en el que se intercambiaron experiencias y tácticas, se
evaluó el futuro del movimiento de justicia global y se trazaron estrategias
para guiarlo. Aquí se entrena la rebelión El sudor corre por la cara de Nelson Soza, quien se esfuerza por librar el último tramo de una
cuerda de 12 metros de largo, gruñendo al intentar dominar los músculos de
las piernas y las manos, escalando los nudos y carabineros, para movilizar su
cuerpo de 85 kilos hacia arriba y luego hacia abajo sin hacerse daño. “Esto sí es duro”, se queja. Un instructor lo
mira desde abajo, le ofrece unas palabras de aliento y explica cómo esta
técnica podría servir para colocar una manta sobre un edificio, en un puente
o en un muro de una fábrica. Soza, organizador sindical de la oficina de la central obrera
AFL-CIO en Chicago, con más de 40 años de edad, parece estar lejos de tener
la capacidad para este tipo de acciones. Pero cuando se le pregunta si podría
escalar un edificio para colocar mantas de protesta denunciando la avaricia
empresarial y en apoyo de la lucha sindical, de inmediato responde,
optimista: “absolutamente”. Soza es uno de más de 150 activistas que bajo el sol opresor
de Florida sudan, se entrenan para escalar edificios, hacer títeres gigantes,
caminar en zancos, construir aparatos que permitan a manifestantes ocupar
calles y avenidas, así
como establecer comunicaciones seguras para acciones clandestinas de
protesta.
La Ruckus Society, con sede en San Francisco, ha invitado a
veteranos de las famosas protestas de Seattle,
Washington DC y otros lugares, al campamento de capacitación en este espacio
silvestre del centro de Florida, en parte para preparar a activistas que se
manifestarán en Miami en la reunión ministerial del Area
de Libre Comercio de las Américas, a mediados de
noviembre. A La Jornada se le permitió observar las sesiones de
entrenamiento y de estrategia bajo la condición de que cierta información no
se divulgara antes de la reunión en Miami. La Ruckus Society (cuya traducción sería algo así como la Sociedad
de Alboroto) surgió como uno de los grupos claves en el movimiento contra la
globalización empresarial; la agrupación dice que impulsa el movimiento
global por la justicia social. La organización, con ocho años de existencia,
fundada por ex integrantes de Greenpeace y algunos
veteranos militares de fuerzas especiales, entrenó y desarrolló las
estrategias empleadas por los activistas en las protestas contra la
Organización Mundial de Comercio en Seattle; estas
mismas tácticas obligaron a la policía a sellar una zona de 90 cuadras en el
centro de Washington durante una reunión del Banco Mundial y del FMI, que
detonaron una serie de masivas movilizaciones en el planeta. La currícula de Ruckus incluye multitud de acciones, algunas muy
conocidas y otras no tanto. Pero los historiales de algunos de los
entrenadores en este “campamento” ofrecen ejemplos del mosaico de
resistencia. Entre las personas que entrenaban a Nelson Soza
está una mujer que logró colgar una manta de 25 metros en el edificio Time-Life en Nueva York, para
protestar contra el daño ambiental de las fábricas de papel, y otra joven que
se mantuvo seis días colgada en un puente para obstaculizar la salida del
puerto de los barcos-fábricas pesqueros. El director de Ruckus,
John Sellers, ha sido
clasificado de “peligroso” y de “amenaza” por las autoridades de seguridad
pública en varios lugares, a pesar de un estricto apego a su principio,
compartido por todos los de Ruckus, de la no
violencia en sus acciones de desobediencia civil. Sellers fue “permanentemente expulsado” de Canadá por encabezar
protestas, y pocos meses después fue arrestado y acusado de conspiración en
Filadelfia, donde se le impuso una fianza de un millón de dólares, durante la
Convención del Partido Republicano ahí (meses después se anularon los
cargos). Caminando por el campamento y hablando con los
participantes, uno se encuentra con activistas indígenas de Canadá, Estados
Unidos, Costa Rica y Brasil, así como con militantes que protestan por el
encarcelamiento masivo de afroamericanos en este
país, ambientalistas, activistas estudiantiles, sindicalistas, gente de
agrupaciones comunitarias y de grupos de organización de los desempleados,
entre otros. En una de las noches, un grupo se reúne para
planear acciones de desobediencia civil no violenta en Miami, pero también
hay un debate vigoroso sobre qué tan efectivas son las tácticas de obstruir
tránsito, colgar mantas de edificios y cerrar pasos a las sedes de las
reuniones oficiales. El “campamento”, que dura una semana, se
desarrolla en una especie de parque silvestre e incluye una cocina
vegetariana, un centro de salud, áreas para reuniones, un andamiaje para
enseñar a escalar estructuras y un sistema eléctrico solar que se empleaba
más que nada para recargar teléfonos celulares para los organizadores del
campamento y para aparatos de música que ofrecían rocanrol
de los ochenta para los trabajadores en la cocina. Aunque muchos de los participantes son veteranos
de las protestas contra la OMC y de acciones directas contra otros objetivos
empresariales, también hay un contingente sustancial de personas como el
sindicalista Soza, quien jamás había participado en
algo como esto, y que probablemente no conocen a muchos vegetarianos, y menos
a anarquistas. Es también punto de encuentro entre sectores de lo que se
llama movimiento contra la globalización empresarial, y un eje para su
evolución.
Acción directa en defensa de tierras siux “Me imagino que 90 por ciento de la gente no
sabe nada de lo que nos está ocurriendo”, expresa Charmaine
White Face, lideresa indígena siux de las Black Hills, en Dakota del
Norte. Los Defensores de las Black Hills, la organización que encabeza, explicó, esperan concientizar a otros activistas de su lucha contra la
explotación forestal y mineral en las tierras indígenas, y a la vez aprender
nuevas formas y tácticas de resistencia. Después de siglos de negociaciones, tratados
violados e intentos de generar publicidad por conducto de los medios, White Face afirma que los
indígenas hablan ahora de cómo emplear técnicas de acción directa para
defender sus tierras y derechos. No hay duda que este es el lugar para aprender
tácticas de acción directa. En una esquina del campamento, un veterano
activista describe cómo una de las exitosas tácticas en Seattle
y otros lugares ha sido la creación de una cadena humana: los activistas
entrelazan brazos dentro de tubos, creando una cadena difícil de romper.
Estas “cajas con candado” frustraron a la policía y dificultaron romper
círculos creados por unas 20 personas obstaculizando cruces de calles y
avenidas.
“Las herramientas de la revolución son todo:
desde una máquina de escribir hasta un tubo de plástico”, señala el
entrenador, pidiendo a este reportero no usar su nombre o tomar fotos de su
equipo. Este cuate sabe de lo que habla, reconoce otro participante. Es uno
de los tipos que diseñaron el equipo de las protestas de Seattle
que logró clausurar la sede de la reunión, al no permitir que los líderes
mundiales llegaran ni de cerca al sitio. La encargada del taller de acciones masivas, Kai Lumumba Barrow,
es una activista de la agrupación Critical Resistance en la ciudad de Nueva York,
que protesta contra el creciente nivel de encarcelamiento en Estados Unidos.
“Casi nunca tenemos la oportunidad de hablar sobre estrategia, ya que el
ritmo del trabajo es muy intenso”, explica entre sesiones. Barrow insta a un grupo diverso de unos 40 participantes
-desde activistas puertorriqueños del Bronx,
sindicalistas blancos del sur, estudiantes de Miami, ambientalistas y
activistas gay de todas partes y trabajadores negros que organizan a los
desempleados en San Francisco- a hablar sobre la acción directa que a veces
enajena a las mismas “masas” que supuestamente uno está intentando organizar. Comunicaciones: usar las armas de tus
adversarios A unos 100 metros de ahí, John
Parnell ha instalado un panel solar y explica la
importancia de una estrategia efectiva de comunicaciones. Parnell,
quien coordinó el centro de comunicaciones para las protestas en Seattle, investiga las frecuencias de radio que utilizan
las autoridades locales y organiza a grupos de voluntarios que se dedican a
monitorear esas frecuencias durante las acciones. “Hay cierto número de
herramientas específicas”, explica el alto y flaco activista en los
cincuentas. Radios de dos canales, escáneres, teléfonos celulares y celulares
Nextel, que tienen un radio de dos vías que utiliza
las frecuencias de telefonía celular. Es trabajo difícil y detallado, y Parnell explica que dedicó tres meses a planear la
estrategia de comunicaciones para Seattle, clave
para coordinar las acciones que abrumaron la seguridad pública y
sorprendieron al mundo oficial. Los radios comunes son buenos para comunicación
rápida y pasar información, como movimientos de la policía. “Intervenimos las
comunicaciones de la policía, y ellos a nosotros”, explicó Parnell. Por tanto, se necesitan claves para comunicar
movimientos tácticos, y señala que los celulares Nextel
son particularmente útiles, ya que la policía tiene que obtener una orden
judicial para intervenir las conversaciones en estos instrumentos. Y eso de usar las armas de los adversarios: poco
antes de las protestas de Seattle, la policía de
esa ciudad adquirió nuevos radios para sus oficiales y vendió sus radios
viejos en subasta. Parnell compró los radios y los
modificó con nuevas frecuencias. “Estaban baratísimos”, dijo. Pero la policía
no parecía divertida cuando arrestaba a activistas que tenían radios marcados
“policía de Seattle”. Por cierto, no hay mucho en este campamento que
satisfaga a las autoridades. Cerca de la entrada, Choco Luna da sus primeros
pasos tentativos sobre zancos, acompañado por tres personas que le ofrecen
apoyo cada vez que tambalea. Momentos después, el puertorriqueño y músico de
bomba que vive en Oakland, California, empieza a
caminar de un lado para otro sobre la arena cada vez con más confianza y
empieza a pensar en cómo podría combinar tocar tambores al caminar sobre los
zancos. “Así de alto, el sonido llegaría lejos sobre una manifestación”, dice
sonriendo.
Pero mientras ata los zancos de madera al
siguiente alumno, el instructor Nick Leider advierte que lo mejor es practicar durante varios
días. “La mayor diferencia entre zancos y caminar es la falta de dedos, es
como balancearse sobre los talones de los pies”, aconseja a Luna y otros 20
que esperan su turno. “Pero, eso sí, se van a caer y tienen que practicar.” Como casi todos los instructores, Leider es veterano de muchas protestas. Hace varios años
encabezó a un grupo de 50 personas en zancos que ingresaron a la Escuela de
las Américas del Ejército de Estados Unidos para
protestar contra lo que ellos afirmaban es una institución de capacitación en
represión y tortura para oficiales militares de América Latina.
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