La percepción
equivocada de estos ambientes, que al ser de todos no son de nadie, es lo que
los mantiene al filo de las causas perdidas. Pocos son los que reconocen lo verdadero,
y la verdadera concepción de lo que es el bien común sobre lo cual se debe
sustentar la existencia de estos patrimonios universales. Esta es
particularmente la tragedia que vive el Parque Volcán Barú, ahora que
nuevamente el Gobierno pretende cercenarlo con una oprobiosa carretera para
conectar Cerro Punta con Boquete a través del corazón de las preciadas tierras
altas chiricanas.
Alvaro González
Clare/Sección de Opinión de La Prensa, 28 enero 2003
La
diferencia entre los pragmáticos y los soñadores es que los primeros no creen
en la esperanza. La historia universal ha sido esculpida por la humanidad a
golpe de actos heroicos, donde lo imposible fue conquistado por los soñadores
que creían en la esperanza para defender las causas que se creían perdidas.
Jesucristo,
Gandhi, Espartaco, Confucio, Buda y el héroe anónimo que detuvo los tanques en
la plaza de Tianan-Meng, son algunos de los defensores que solos cambiaron el
curso de la historia, oponiéndose en su momento al establecimiento, armados con
la fuerza incontrolable de la fe en sus convicciones.
La defensa de las causas
que se creen perdidas es un camino inconcluso, escarpado y doloroso, que solo
está abierto para los que armados de sueños, ideales e ilusiones, se oponen al
estéril pragmatismo, alejados del mundanal ruido que ataranta y contamina la
existencia humana con la bulla que producen las monedas, y la miasma que
produce el hedor del poder y la fama.
La libertad, la justicia
y el conocimiento, igual que el medio ambiente, son causas permanentes que
viven en la frontera de lo perdido. Su existencia en el mundo real depende de
la fortaleza y templanza con que logren defenderlas los luchadores de las
causas que parecen imposibles. Los que saben luchar cuando todo parece estar
perdido y conservan la esperanza, son los héroes anónimos o protagónicos en la
ruta que libera la humanidad de la estulticia que permanentemente nos agobia.
El medio ambiente es una causa que enfrenta la lucha diaria, especialmente en
los bosques, ríos, mares y ciudades. La percepción equivocada de estos
ambientes, que al ser de todos no son de nadie, es lo que los mantiene al filo
de las causas perdidas. Pocos son los que reconocen lo verdadero, y la
verdadera concepción de lo que es el bien común sobre lo cual se debe sustentar
la existencia de estos patrimonios universales. Esta es particularmente la
tragedia que vive el Parque Volcán Barú, ahora que nuevamente el Gobierno
pretende cercenarlo con una oprobiosa carretera para conectar Cerro Punta con
Boquete a través del corazón de las preciadas tierras altas chiricanas.
Mucho se ha abogado y
sin ningún éxito para persuadir a las autoridades de las terribles
consecuencias ecológicas que tendrá esta carretera, por lo que solo resta
recordarles que el Parque Nacional Volcán Barú tiene 14 mil hectáreas de
bosques que forman parte importante del Parque La Amistad que compartimos con
la hermana república de Costa Rica. Nuestras decisiones como nación no están
exentas, en este caso, de los compromisos que hemos adquirido en los convenios
internacionales y que cara al mundo hemos suscrito para mantener estos
territorios dentro de la Reserva Biológica de la Humanidad. Irrespetar estos
convenios internacionales es mostrar nuestro terrible pragmatismo dogmático
como nación, desconociendo la sostenibilidad como fundamento para la herencia
de las generaciones futuras de la nación y del mundo.
Abogo por los miles de
panameños que sufrimos en carne propia por el dolor causado a la tierra, ríos y
mares, para que se resistan a aceptar este crimen ecológico y que imbuidos de
esperanza nos opongamos una vez más a este atentado contra la integridad del
Parque Nacional Volcán Barú. Abogo porque las autoridades recapaciten y
reconozcan que hay soluciones alternas que permiten el balance entre las
aspiraciones socioeconómicas y la protección del medioambiente que las
sustenta. Abogo porque la sociedad civil se organice y demande por nulidad la
Resolución No.123 del 4 de diciembre del 2002, que autorizó sin licitación, el
diseño, financiamiento y construcción de la carretera aludida. Abogo porque la
sensatez, la sensibilidad, el amor patrio y el bien común, generen en nuestras
autoridades de turno la esperanza necesaria para que podamos soñar todos juntos
con una nación construida sin intereses creados, no para beneficio de unos
pocos, mezquindad social y desvergüenza internacional.
El autor es arquitecto